martes, octubre 02, 2012

A day in the life IV

Ésta fue, quizás, una de las experiencias más bonitas de mi vida.

Estaba trabajando en Estados Unidos. Antes de que empezara la segunda feria, tuvimos un par de días libres en Great Falls, Montana. La sensación que tenía de Montana hasta ese momento era muy positiva. La gente era súper amable y servicial, y el lugar era tranquilo y pintoresco. Conocimos mucha gente linda que nos invitó a hacer variadas cosas (ver un partido de baseball, pasear en camioneta por la ciudad, conocer las mismísimas great falls, abrir un bar para nosotros solos, etc.).

Un día en el verano de allá, inesperadamente, nos llevaron a hacer tubing al río Missouri. Al principio no entendía muy bien que estábamos haciendo. Subimos a una camioneta, viajamos un par de horas fuera de la ciudad y nos bajamos en una especie de cueva llena de arbustos. Del furgón, empezaron a sacar un montón de cámaras de neumáticos y tres conservadoras llenas de bebida. Nos habían recomendado ponernos bastante protector solar y pasar nuestros pies por las tiras de las ojotas hasta que quedaran por los talones para evitar perderlas. Yo seguía sin entender.

Tras ver a un par arrojar las cámaras al río y saltar, entendí que lo primero que tenía que hacer era tratar de saltar adentro de la cámara. Calculé mal. Pero la cámara seguía flotando cerca, así que no fue problema sumergirme y entrar por abajo. Copié la posición de los que sabían y empecé a dejarme llevar. Mi cabeza estaba apoyada en una parte de la cámara, mi cola quedaba en el agujero y mis pies quedaban levantados en el otro extremo. Nunca pensé que una cámara fuera tan mullida.

Y a partir de ese momento comenzó la magia. Nunca sentí tanta paz junta –si alguien me pregunta el significado de esa palabra, mi mente se transporta inmediatamente a esa experiencia–. Estaba a merced de las distintas corrientes. Sentía una brisa muy rica y cálida en mi cara y el calor de un sol radiante en su medida justa. Era una danza y yo iba danzando al ritmo del río. Abría los ojos y veía montañas, árboles, pájaros, peces, mucha agua y un horizonte hermoso. Fue el momento de mayor conexión con la naturaleza en toda mi vida. Me dejé llevar, me abstraje de todo, disfruté cada minuto.

Cada tanto, hacíamos alguna parada para reunirnos y no quedar muy alejados. Tomábamos algo (los más cancheros, llevaban las conservadoras con ellos) y nos mirábamos impresionados por semejante experiencia. Ninguno podía creer lo que estábamos viviendo. En una de las paradas, nos trepamos por un acantiladito y, cual clavadistas profesionales, nos tiramos sin ningún temor. Yo trepé dos veces.

En el último tramo, a todos nos hacía falta musicalizar el momento. Uno de los yankies cantaba y, por suerte para mí, era también fanático de los Beatles. Si algo le faltaba a esa experiencia, eran los Beatles. Cantamos Julia, Dear Prudence, I will, If I fell, And I love her, You've Got to Hide Your Love Away, I've got a feeling, y algunas otras de otras bandas (REM, Radiohead...). Me las acuerdo todas. Nuestras voces se perdían en la inmensidad de ese río.

Cada tanto me topaba con los rápidos del río y la aventura se volvía extrema. Volqué un par de veces, pero me encantaba meter quinta de repente. Los rápidos te tomaban por sorpresa, y pasabas de la total tranquilad al revuelo. En una volcada, se me escapó la cámara, pero me encantó tener que nadar a toda velocidad con la adrenalina de poder perderla.

Estuve a la deriva por horas y atesoré millones de imágenes y pensamientos. Muero por volver a hacerlo algún día.

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