sábado, septiembre 29, 2012

A day in the life II

Otra noche imborrable fue la del 02 de septiembre del 2006. Si bien tenía expectativas, nunca pensé que fuera a ser lo que resultó ser. Todo empezó a través de este blog, siguió con chats, alguna que otra conversación telefónica y ¡zas! A los pocos días ya estaba organizado el encuentro cara a cara. Demasiado pronto para mi gusto, pero algo inexplicable me incitaba a concurrir y a no demorar lo inevitable.

Mi memoria es bastante frágil y, sin embargo, recuerdo cada detalle de esa noche como si la acabara de vivir.

Tenía que encontrarme en el obelisco con alguien que me estaba esperando con una campera azul y marrón, bufanda escocesa y remera de los Beatles. A priori, en mi mente, un vestuario totalmente cambalachoso. Fue mi error pensar que alguien cuidadosamente pendiente de las combinaciones de colores fuera a vestirse con una campera de ciré azul Francia, una bufanda escocesa roja y una remera con una foto gigante y llamativa. Yo todavía vivía fuera de la ciudad y tenía la excusa perfecta para escapar si la noche era un fiasco. Soy una persona introvertida, tímida en los primeros encuentros y de pocas palabras, así que avisé y advertí que así era, y la consigna fue llevar cinco preguntas por si se nos acababan los temas de conversación.

Caminamos hacia un lugar en Lavalle, ésa fue la primera parada (curiosamente, caímos en el mismo lugar en el que anteriormente me había insinuado su amor otra persona –que no fue correspondido– y con regalo del cd de Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute incluido. No sé por qué nunca se lo dije. Creo que nuestro encuentro opacó totalmente al anterior y no tenía sentido mancharlo). Yo estaba nerviosa y, sin haber cenado, empecé tomando un Gancia. Quizás deseando que me ayudara a desenvolverme. Recuerdo los primeros momentos como incómodos, aunque no creo que fuera recíproco. A medida que pasaba el tiempo, yo me iba soltando (con la ayuda del alcohol, claramente). Y nos quedamos hasta que cerraron el lugar. Ése fue el momento de mi primera gran decisión en esa relación: quedarme o irme. Una dicotomía que se me presentaría varias veces después. Por un lado, presentía que, si me quedaba, algo iba a pasar y no sabía todavía si quería que algo pasase. Por otro lado, tenía ganas de que la noche continuara. La oferta era extraña, desconocida, impensada, y opté por continuar.

Fuimos a un lugar más chico, más privado, más acogedor, con un nombre al que mucho tiempo después le entendí el significado. Pasaron dos vodka con speed, varias canciones («Un osito de peluche de Taiwán» siempre me remontará a esa noche) y yo estaba entregada. Entregada a lo que fuere que tuviera que pasar. Ya no controlaba mis actos, no había represión de ningún tipo. Inmediatamente después de escucharle: "No soy de madera, Natalia", sentí unas ganas locas de que nos besáramos. Fue un beso largo, dulce y apasionado al mismo tiempo, como hacía mucho tiempo no sentía.

Ya casi a punto de amanecer, nos fuimos a nuestras respectivas casas. Recuerdo estar sentada en el tren volviendo al pueblo y recibir un mensaje diciendo que estaba por Pacífico. En ese entonces, no tenía ni idea dónde era eso, pero me había encantado recibir un mensajito suyo.

Ésa fue la primera de muchas noches lindas de una relación que recuerdo con mucho cariño.