La muerte (me) duele

La de los otros, a eso me refiero. Obviamente, no experimenté la muerte, no puedo decir si es dolorosa o no. Hablo de otro dolor. Hablo del dolor pánico, del dolor profundo, del dolor desgarrador, del dolor irremediable, del dolor de la pérdida.
No sé si influye no saber qué hay más allá, qué le esperá al que partió para esos rumbos. Creo, más bien, que es pensar y sentir que ya no vas a ver más a esa persona, que sus anhelos y planes no van a poder cumplirse. Que no vas a compartir más momentos, experiencias.
Lo mío es 100% egoísta, lo asumí desde el primer momento. No hay nada que me duela más en el mundo que pensar que mi mamá algún día va a morir, que YO ya no la voy a tener más. Paradójico igual, porque no aprovecho los momentos con ella. Me lo sigo regañando y reclamando, pero cuando hablo o estoy con ella, hago todo lo contrario a lo que me gustaría hacer. Sé que sabe que la amo, pero también sé que no lo demuestro como me gustaría.
Hubo noches en las que me despertaba llorando porque soñaba a mi mamá en un ataud. La angustia me duraba días. Y si hoy me detengo a pensar en eso, duele.

Hoy murió Fernando Peña. Y me dolió. Nunca lo vi en mi vida, no sé cómo es detrás de una cámara, no lo conozco en absoluto; sin embargo, me dolió. Cuando murió Guinzburg –otro al que no conozco salvo por los medios–, hasta lloré. Y así con varias pérdidas más. También me pasa cuando me sumerjo y me dejo llevar por personajes literarios, de películas, de obras teatrales que mueren. Lloro, lloro como no lloro con nada. Después del ver The Reader, por ejemplo, salí del cine hecha un trapo, era un mar de lágrimas.

No sé por qué pensar en la muerte de un ser querido (y a veces ni siquiera) me duele tanto. No puedo aceptar que sea parte del ciclo. Me niego. En definitiva, sólo sé que (me) duele.