Desde chiquitos fuimos muy unidos. Compartimos muchísimas cosas juntos y fuimos cómplices de millones de macanas (por lo general macanas grossas mías que trataba de alivianar persuadiéndolo a ser también protagonista y secretamente lograr que se llevara la mitad del reto, a lo cual él accedía placenteramente). La poca diferencia de edad ayudó. Siempre lo hacía enojar diciéndole que yo no era 2 años más grande sino 2 años y medio y él no podía evitar borrar la sonrisa con el último diente de leche que le quedaba por cambiar para poner su, en ese entonces, peor cara de bronca . No entendíamos a la gente cuando nos miraba desde arriba con cara de falsa ternura y nos decía: "Qué raro que se lleven tan bien! mis hijos ya estarían a las piñas". Eramos muy tranquilos, ya se asomaban rasgos bohemios en los dos. La actitud eléctrica y dinámica de los demás chicos distaba de resultarnos contagiosa, y en cambio, nos producía el efecto contrario. Siempre nos protegíamos mutuamente y compartíamos largos ratos de juegos extraños que sólo nosostros podíamos entender. Eran NUESTROS códigos y de nadie más.
Hasta que, por esas vueltas de la vida, pasó eso, que nos excedía pero al mismo tiempo nos involucraba. Y la ruta se dividió en dos caminos. Yo no tuve más opción que madurar de pronto, salteando todo proceso normal que cualquier chica pre-adolescente debe experimentar. Y sí, tenía 2 años y medio más que él.
Mientras que a él le pudieron pintar el paisaje con un arco iris lleno de colores, un sol bien brillante y un clima de primavera, conmigo no hubo manera de manipular la realidad. No hubo manera de ocultar las nubes negras y los rayos de una tormenta que parecía infinita. Yo no pedí saber la verdad, sin embargo, ahí estaba hostigándome y marcándome un nuevo rumbo.
Nos empezamos a separar. Cada uno manejaba sus propios códigos y no entendía los del otro. Yo me aislaba cada vez más. No peleábamos, pero tampoco taníamos qué compartir. Y así fueron pasando los años. Cada uno por su lado. La relación iba decayendo notoriamente. Y ninguno hacía algo como para modificarlo.
Experimenté tinieblas, a las que constantemente me tengo que negar a volver a experimentar. Experimentó tinieblas, a las que tiene que, todavía, aprender a no volver a experimentar.
Lo bueno, pasado un tiempo, y a pesar de su carácter complicado, soberbio y pretensioso, es que, de a poco, la relación se va componiendo. De a poco.
Hace 4 meses.













No hay comentarios.:
Publicar un comentario