sábado, julio 28, 2012

Encontrás un actividad que te apasiona, que te hace bien, que te anima, que te hace entablar sólidas relaciones sociales, que te entrena, que te descarga y, de repente, crack: algo se rompe. Esa manía de la vida de mostrarle un juguete colorido a un bebé, hacer que se entusiasme jugando y quitáselo de repente. Te vas a atender con un "profesional" y te dice que no es nada. Tomás esperanzada los desinflamatorios, te ponés hielo cada 4 horas, cumplís con todas las indiciaciones, pero te sigue doliendo y seguís escuchando aquel crack en tu mente cada vez más fuerte. Te dicen que quizás es un esguince, que no hagas movimientos bruscos ni retomes la actividad física, y hacés caso. Pero te sigue doliendo. Volvés a una consulta médica, te mueven un poco la pierna –para un lado, para el otro, para arriba, para abajo– y con total seguridad te dicen: "No, esto está roto". Empezás a ver el gris más y más oscuro. Te mandan a hacer una resonancia magnética y te metés en ese tubo gigante que emite ruidos perturbadores, con los dedos cruzados y los ojos apretados como símbolo de esperanza y deseo. Pero la resonancia no se apiada. Te informan que no queda otra que operar y se te viene el mundo abajo. Sos una persona optimista y, sin embargo, no hay optimismo que alcance. Inevitablemente, te bajoneás. Todos te alientan, te apoyan y te dan mucho cariño, pero nadie entiende la magnitud que tiene lo ocurrido para vos. Pasa el tiempo y lo tenés un poco más asimilado. Ya está, ya se rompió, ahora hay que repararlo. Con la lesión más asimilada, te comunican que la obra social no cubre los clavos. Son importados y cuestan entre $4000 y $5000. El gris es cada vez más negro. Pálida tras pálida, te resignás y pensás que no queda otra, pero igual puteás un rato. Pedís una segunda opinión, corroboran que no hay otra opción más que la operación, y de yapa te agregan 3 meses más de rehabilitación a los 6 que ya te habían avisado. Ves todo negro. Tratás de distraerte, pero la mente te juega malas pasadas. Te colgás pensando, por ejemplo, en que, de realizar esa actividad 4 veces por semana, pasás a realizarla CERO durante 9 meses. No hay consuelo. Es una eternidad. Estás triste.

 De repente, crack: te mirás la muñeca y leés: «Todo pasa».

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