La difícil tarea de ser hombro

Fue en estéreo. Por un lado, mi amiga en México sin saber qué hacer con su vida; por el otro, mi amiga en Buenos Aires con problemas amorosos. Una estaba más bajoneada que la otra.

Amanecí con el mensajito de una rogando ayuda, la llamé inmediatamente para saber qué acontecía. Estaba llorando desconsoladamente y nada de lo que pudiera decirle la iba a ayudar en lo más mínimo, sólo me limité a escucharla y a brindarle todo mi apoyo y contención. Quedamos en que nos encontraríamos a la noche para ahogar sus penas.
Después me conecto y en cuanto mi otra amiga me ve conectada, me empieza a bombardear con todo lo negativo que le venía pasando desde que se fue del país. Estuvo dos horas enumerando todo lo malo; la dejé terminar y la hice cruzar de vereda para empezar a enumerar todo lo bueno. Por suerte, M. es más receptiva y tiene un poco más de optimismo que V.
Cuando me estaba despidiendio de M. , me suena el celular. Era V. llorando. Anticipamos un poco el encuentro, pero antes ella iba a tratar de descansar un rato. Corto con V. y me llega un nuevo mensajito, era de M., me pedía que la atendiera porque me iba a llamar a casa. La atiendo. Estuvimos hablando lo que dura una tarjeta de larga distancia; lloró un rato, se descargó y creo que la charla le sirvió para recargar pilas. So la mitad de la mission, acomplished. A la noche, me encuentro con V. La encontré llorando y así estuvo casi toda la noche, pasó por varios estados: tristeza, furia, enojo, angustia, decepción, entre tantos otros. Partimos hacia un bar y, entre lágrima y lágrima, tomamos un par de tragos. Sirvió para cagarnos de risa un rato y dejar de lado el tema que nos había juntado.

Llegué a mi casa agotada y ¡con razón tuve semejante resaca al otro día!